Eroticortázar
La profusión de pasajes eróticos y de reflexiones sobre la forma de escribirlos que contiene la obra de Julio Cortázar pone por sí sola en evidencia la importancia que el autor de Rayuela le acordaba al tema. Se ve enseguida que Cortázar no es de esos escritores que cierran pudorosamente la puerta cuando sus personajes entran en la alcoba. Rechaza esa rancia técnica de tácitos puntos suspensivos y de guiñadas de ojo al lector, que en el fondo pretende establecer una boba complicidad de silencio, como diciéndole :"Bueno, usted y yo ya sabemos lo que va a pasar". O sea: todos los amantes hacen lo mismo en la cama. Cortázar sabía que "no todos hacemos lo mismo", sino que, precisamente, "ninguno hace lo mismo". Pero su mirada no es la del voyeur, la del mirón tras del ojo de la cerradura, sino la del voyant, la del vidente, que cierra los ojos para poder ver mejor.
En realidad, muchos escritores dan por sobreentendidas las escenas amatorias porque son incapaces de escribirlas, ya sea por prejuicios o por insuficiencia de medios literarios. Cortázar rompe ambas barreras. La primera tomando el toro del erotismo por las astas, clavándole banderillas en plena cerviz, y toreándolo hasta agotarlo, sin miedo a exponerse personalmente. La segunda, superando la desventaja en que decía- se hallaba en esa materia la prosa (la cultura) del mundo hispanoparlante por los años 60: "... entre nosotros el subdesarrollo de la expresión lingüística en lo que toca a la líbido vuelve casi siempre pornografía toda materia erótica extrema ( ... ) El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos". ("Último round", 1969.) Y cuando Cortázar no encuentra las palabras para los juegos sensuales, las inventa con genialidad, como en el capítulo 68 de Rayuela, escrito íntegramente en glíglico, el idioma que inventan Horacio y la Maga:
"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimalo quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas filulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgunio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolarnas de argutendídas gasas, en carínías casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias".
En "Libro de Manuel" (1973), Marcos, en la cama con la polaquita Ludinilla, parece hablar por Cortázar: "... por ahí en novelas uruguayas, peruanas o bonaerenses muy revolucionarias de tema para afuera leés por ejemplo que una muchacha tenía una vulva velluda, como si esa palabra pudiera pronunciarse o hasta pensarse sin aceptar al mismo tiempo el sistema por el lado de adentro ..... pero si llega el caso vos a esto lo llamás pelotas o huevos y se acabó, no es ni peor ni mejor que testículos " y nosotros cojemos, vos y yo cojemos, cuando leo por ahí que la gente se acopla o copula me pregunto si es la misma gente o si tiene privilegios especiales ......"
Sin embargo, Cortázar sólo utiliza ese lenguaje allí donde se habla de asuntos eróticos, reservando para los pasajes en que el acto se consuma una poética alusiva, minada de expresiones directas, pero siempre bien medidas, nunca vulgares. Con las mismas palabras -ordenadas de otra forma- se podrían escribir frases obscenas, pero la mixtura, el cóctel cortazariano, son tan cuidadosos que no los vemos, no los oímos.
"... no, así no, le oí repetir, no quiero así, por favor, sintiendo mi pierna que le ceñía los muslos, liberando las manos para apartarle las nalgas, y ver de lleno el trigo oscuro, el diminuto botón dorado que se apretaba..." (Libro de Manuel).
Si Cortázar se plantea el problema del lenguaje erótico, es porque lo necesita para otra cosa que para describir poses y movimientos. Es la dimensión metafísica, trascendente, del acto sexual, la que en definitiva le interesa. Como Georges Bataille -citas del cual encabezan varios de sus textos-, Cortázar le acuerda a la unión de los cuerpos la dignidad de una ceremonia lustral: ... entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor, donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad, suya, a traerla de su lado" (Rayuela, cap. 5).
Prueba de la prioridad que Cortázar asigna a la dimensión metafísica del acto sexual respecto de la sensación física es el célebre capítulo 41 de Rayuela: Horacio y Traveler, los dos amigos separados por el abismo que se abre ante sus respectivas ventanas, tienden cada uno un tablón, que sostienen entre sus piernas, para que Talita, la mujer de Traveler, deseada por Horacio, pase de una pieza a la otra. La posibilidad de "pasar al otro lado" por la vía erótica, no requiere para Cortázar de ninguna escena sexual. Le basta la imagen de esa mujer que, a caballo sobre el tablón, avanza "apoyando las dos manos y levantando la grupa hasta posarla un poco más adelante".
Pero el erotismo puro florece también en los textos de Cortázar, en páginas que, de no contar con su sensibilidad, pasarían a ser simple pornografía. Es el caso de "Siestas" (un relato inspirado en los cuadros de Paul Delvaux) y sobre todo de "Ciclismo en Grignan" (ambos en último round) donde, mientras conversa con dos amigas en una plaza, una adolescente se masturba (¿in-conscientemente?) per angostam viam con el asiento de su bicicleta. "Una y otra vez la gruesa punta negra se insertaba entre las dos mitades del joven durazno amarillo, lo hendía hasta donde la elasticidad de la tela la dejaba, volvía a salir, recomenzaba..."
La elegancia y la fuerza con que Cortázar construye sus textos eróticos lo erigen en maestro en la materia en nuestra lengua. Para él, podemos suponerlo, el erotismo era, como para George Perros, la manera de darle al cuerpo las calidades del espíritu".
Nota de Carlos Zito, 01-11-94
publicada en wwww.lamaga.com.ar
En realidad, muchos escritores dan por sobreentendidas las escenas amatorias porque son incapaces de escribirlas, ya sea por prejuicios o por insuficiencia de medios literarios. Cortázar rompe ambas barreras. La primera tomando el toro del erotismo por las astas, clavándole banderillas en plena cerviz, y toreándolo hasta agotarlo, sin miedo a exponerse personalmente. La segunda, superando la desventaja en que decía- se hallaba en esa materia la prosa (la cultura) del mundo hispanoparlante por los años 60: "... entre nosotros el subdesarrollo de la expresión lingüística en lo que toca a la líbido vuelve casi siempre pornografía toda materia erótica extrema ( ... ) El miedo sigue desviando la aguja de nuestros compases; en toda mi obra no he sido capaz de escribir ni una sola vez la palabra concha, que por lo menos en dos ocasiones me hizo más falta que los cigarrillos". ("Último round", 1969.) Y cuando Cortázar no encuentra las palabras para los juegos sensuales, las inventa con genialidad, como en el capítulo 68 de Rayuela, escrito íntegramente en glíglico, el idioma que inventan Horacio y la Maga:
"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimalo quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas filulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgunio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolarnas de argutendídas gasas, en carínías casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias".
En "Libro de Manuel" (1973), Marcos, en la cama con la polaquita Ludinilla, parece hablar por Cortázar: "... por ahí en novelas uruguayas, peruanas o bonaerenses muy revolucionarias de tema para afuera leés por ejemplo que una muchacha tenía una vulva velluda, como si esa palabra pudiera pronunciarse o hasta pensarse sin aceptar al mismo tiempo el sistema por el lado de adentro ..... pero si llega el caso vos a esto lo llamás pelotas o huevos y se acabó, no es ni peor ni mejor que testículos " y nosotros cojemos, vos y yo cojemos, cuando leo por ahí que la gente se acopla o copula me pregunto si es la misma gente o si tiene privilegios especiales ......"
Sin embargo, Cortázar sólo utiliza ese lenguaje allí donde se habla de asuntos eróticos, reservando para los pasajes en que el acto se consuma una poética alusiva, minada de expresiones directas, pero siempre bien medidas, nunca vulgares. Con las mismas palabras -ordenadas de otra forma- se podrían escribir frases obscenas, pero la mixtura, el cóctel cortazariano, son tan cuidadosos que no los vemos, no los oímos.
"... no, así no, le oí repetir, no quiero así, por favor, sintiendo mi pierna que le ceñía los muslos, liberando las manos para apartarle las nalgas, y ver de lleno el trigo oscuro, el diminuto botón dorado que se apretaba..." (Libro de Manuel).
Si Cortázar se plantea el problema del lenguaje erótico, es porque lo necesita para otra cosa que para describir poses y movimientos. Es la dimensión metafísica, trascendente, del acto sexual, la que en definitiva le interesa. Como Georges Bataille -citas del cual encabezan varios de sus textos-, Cortázar le acuerda a la unión de los cuerpos la dignidad de una ceremonia lustral: ... entonces la única posibilidad de encuentro estaba en que Horacio la matara en el amor, donde ella podía conseguir encontrarse con él, en el cielo de los cuartos de hotel se enfrentaban iguales y desnudos y allí podía consumarse la resurrección del fénix después que él la hubiera estrangulado deliciosamente, dejándole caer un hilo de baba en la boca abierta, mirándola extático como si empezara a reconocerla, a hacerla de verdad, suya, a traerla de su lado" (Rayuela, cap. 5).
Prueba de la prioridad que Cortázar asigna a la dimensión metafísica del acto sexual respecto de la sensación física es el célebre capítulo 41 de Rayuela: Horacio y Traveler, los dos amigos separados por el abismo que se abre ante sus respectivas ventanas, tienden cada uno un tablón, que sostienen entre sus piernas, para que Talita, la mujer de Traveler, deseada por Horacio, pase de una pieza a la otra. La posibilidad de "pasar al otro lado" por la vía erótica, no requiere para Cortázar de ninguna escena sexual. Le basta la imagen de esa mujer que, a caballo sobre el tablón, avanza "apoyando las dos manos y levantando la grupa hasta posarla un poco más adelante".
Pero el erotismo puro florece también en los textos de Cortázar, en páginas que, de no contar con su sensibilidad, pasarían a ser simple pornografía. Es el caso de "Siestas" (un relato inspirado en los cuadros de Paul Delvaux) y sobre todo de "Ciclismo en Grignan" (ambos en último round) donde, mientras conversa con dos amigas en una plaza, una adolescente se masturba (¿in-conscientemente?) per angostam viam con el asiento de su bicicleta. "Una y otra vez la gruesa punta negra se insertaba entre las dos mitades del joven durazno amarillo, lo hendía hasta donde la elasticidad de la tela la dejaba, volvía a salir, recomenzaba..."
La elegancia y la fuerza con que Cortázar construye sus textos eróticos lo erigen en maestro en la materia en nuestra lengua. Para él, podemos suponerlo, el erotismo era, como para George Perros, la manera de darle al cuerpo las calidades del espíritu".
Nota de Carlos Zito, 01-11-94
publicada en wwww.lamaga.com.ar
0 comentarios