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eNie dE eLeFaNte

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-vine para que me devuelvas los instantes.
Era de madera lustrada, en venta hace meses en una feria de antigüedades. Brazos marfil. Puntos como límites. También circunferencia. Nada original. Poco original, respetable; de todas formas.
Él no pensó que se acabaría. Sin embargo corrió el pasador y abrió la puerta.
-vine para que me devuelvas los instantes- volvió a decirle.
Él retrocedió unos pasos hasta chocar con la mesita ratona, y dos pasos a la izquierda con el respaldo de un sillón. Se dejó caer en la banqueta a sus espaldas y se sentó a llorar.
Llorar como nunca. Lo vió encorvarse hasta ser feto. Lo vio llevar sus manos a la cara, como para disimular vergüenza, impotencia, o quién sabe qué cosa. Lo vio temblar. Lo vio empapado en llantos (y sudores). Lo oyó gemir de dolor como pocas veces antes. Lloró. Lloró. Lloró hasta parecer capricho y al reconocer que era inútil siguió llorando.
-vine para que me devuelvas los instantes. (o al menos la diferencia)- insistió antes de decidir cobrárselos, tomando el puñal para después clavarlo; con toda su brutalidad terrena, ensañada, en el reloj de pared. Que en ese momento, en esa habitación y sin ningún esfuerzo, seguía trazando el círculo vicioso de los días sin ella.

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