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Cree que fue quien desparramó los restos del portarretratos de cerámica, quien quemó los libros prohibidos, que fue él quien clausuró el verano. Que mojó el abrigo de lana al cruzar el río. Cree que tumbó las macetas y deshizo cascotes hasta el exilio, cree que jugó margaritas con pétalo impar, que tomó café en cuarto menguante. Cree (iluso) que fue él quien portaba el cuchillo cuando la puñalada. Ignora, el que se reconoce despiadado, que quizás fui yo la de la despiedad (o los dos, o ninguno). No tiene en cuenta (harto confundido) las curvas sin señas de las imágenes que refleja la figura que proyecta mi espejo. Tal vez no lo sabe, lo ignora o prefiere dudarlo; pero yo también puedo podar los brotes del sembrado. Puedo velar las fotos, hacer de tierra; barro, cerrar puertas sin llaves (ni candados). Puedo creer, también, que es mío el cuchillo. Sé que puedo. Sé cómo medir los andenes oxidados de las vías férreas. Él no lo entiende (cree que es el único): yo también sé jugarme la boca.
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