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eNie dE eLeFaNte

cursi

Se encuentran más por obra de la casualidad que por cualquier otra cosa, se acercan olvidándose del resto y sus manos van a sus manos, irremediablemente, manos de dedos casi imantados; o quizás sea la inercia lo que las hace llegarse, unas a otras, para frenarse mutuamente en el encuentro. Ella ha estado observando el detalle las últimas veces. (ella siempre ha prestado atención a esos detalles, sobre todo tratándose de él; quizás con la esperanza de descubrir allí un indicio más que por la simple autoatribuida vocación de observadora.) Lo cierto es que se toman de la mano y así perduran durante toda la casualidad. Ella sabe por qué ella (mas ignora si él lo advierte) y por qué él. (Tampoco sabe si él lo sabe, lo sospecha; digamos. –prefiere sospecharlo-)
Se acercan cada vez más y se saludan con ese tipo de besos que yo no oso clasificar de mera amistad, ni de lo otro (por desgracia, ni de lo otro). Él una vez los había rotulado en una casualidad previa, mientras hablaba de otra (como siempre, de otra). Se besan así, como por repetido accidente, y se miran. Ella sabe que él sabe que no fue accidente (él también sabe que ella sabe lo mismo.... debe recordar habérselo dicho). Se miran y se dicen algunas palabras de rutina, lo común en estos casos, (los ojos de ella dicen tanto desde su silencio... y escuchan –no se sabe si por alucinación o qué fenómeno extraordinario- tanto desde esos ojos que la miran).
Al momento (que nunca se sabe cuánto tiempo es, pero que a ella le parece siempre demasiado efímero) se despiden, “nos vemos después”, y, él no imagina cada vez lo que ella deja de decirle en esa mirada, o en el apretón de manos. Él no conoce lo que ella resuelve condenar a pudrírsele adentro en cada despedida.
Por un motivo u otro el “después” siempre aparece sin él. Después del pertinente después ella se va, y él se va, nunca vuelven a verse.
Llevo más de dos años observando esta historia y cómo la escena se repite montones de veces, y me estremezco junto a ella cada vez que él la deja con ese beso y se va.
Sólo un después fue realidad: el último. (y quizás fue sólo para recordarle que no hay cosa imposible, para que olvide de una vez por todas eso de intentar olvidarse de lo que permanecería perpetuado en su memoria). Ella se encargó de decirlo todo. Esta vez no se guardó nada en los ojos. Gritó a brillos las palabras, reflejó cóncavo al sentimiento, escupió sus pupilas. No se quedó con nada que él no supiera (o al menos no con tanto, como las veces anteriores). Él entendió el mensaje (si hay algo que caracteriza a sus ojos es que no son mudos..., ni sordos).
Inmediatamente las manos los llevaron a otro lado (o por las manos pudieron llevarse). Y luego por los brazos, por los ojos, por los labios...
Ella lo había soñado imposible y ahí estaba, parada frente a él después del beso, preguntándose si era cierta esa mañana, esa calle, ese cielo.

(cuando llegó a su casa no se atrevió a apoyar la cabeza en la almohada, por temor a despertarse.)

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