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eNie dE eLeFaNte

Sueño Nº 1

Hay un lugar en mi almohada. Estoy sola (muy).
Hay una calle de piedras en mi virtualidad. Se llena de piedras mi rostro vuelto más áspero que de costumbre y las piedras del camino quieren ser mis dedos, mutan, se fusionan si las toco –se incorporan a mis manos, se alargan, se articulan, transpiran; serán dedos.
El camino es un pozo con piedras donde la gravedad tiene límites, y es inversa. Tiro una a la orilla e inmediatamente sube otra a ocupar el vacío que la una deja inconsciente (lo compruebo).
No conozco el lugar, pero sé que estuve ahí alguna vez, sé que pisé esas piedras, que ahora son escombros. Los tomo para acariciarlos con mis ojos, con la lengua, con mi olfato, para llenarme de ellos antes de la soledad. Ocurre que de tanto polvo mis manos pierden el sentido del tacto.
El mapa tiene la luz cortada (alguien me lo había advertido). Vuelvo al principio y todo está igual que antes de irme. Y me vuelvo a ir, y otra vez las piedras y el mapa a oscuras se hacen circuito pero, la última vez que vuelvo, ahí también es de noche. Tengo miedo y me voy a volver –a irme-, alguien amenaza un movimiento brusco y por natural reflejo se me cierran los ojos (ahí ya dieron la luz). Entonces comprendo. Junto todo lo mío, lloro por la imposibilidad de abarcarme toda, hecha sendero de piedras, cargo de mí y conmigo las maletas que llevo, y al cruzar la vía soy de nuevo la que se acostó a dormir un rato despojada de todo bien, de todo mal; de maletas, y alguien que saluda al pasar va con sus cómplices y lleva a cuestas las maletas en donde encontrarme (mis piedras).
Más tarde soy las baldosas con las que arman el silencio.

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