Suen io
No. El episodio no comienza en un lugar desconocido. Se conoce el cuerpo (se adivina, más bien). La cama es distinta, pero ellos son los mismos. El chocolate derretido. La gallina reina. Todavía no saben el deseo, ingenuos, todavía. Después serán museo de un eros naïf en el barrio inglés.
La tarea sería escribir los cuerpos, dibujar meandros y éxtasis sin cerezas, sólo con las manchas del color en los dedos (¿Cómo se llamará a las « yemas » de los dedos en francés?). Jeune-blanc, clara y yema. Todo existe en dos para separarse: el color, por ejemplo, de las cerezas, para poder pintar el cuerpo cuando sea apropiado. No hay costura entre las sábanas celestes y las blancas, éstas últimas no absorben pigmentos. Son incertidumbre. Ni siquiera hay el miedo a que no sea, a que nada sea. Faltan pistas y huellas digitales. Cualquiera diría que los estaba buscando, en el sueño del « No », del « ya no es posible », del « suficiente! ». Sin embargo… Era el límite de la tolerancia sólo porque era verdad inconsciente, o, sino. Extraño, sí, pero viene a ser relleno de la serie de episodios correspondientes a esta historia, reencuentros, regresos. « Es peor regresar a un lugar que no era mío », sí, eso dije. Pero peor… ¿a qué?
Hay un monstruo implícito en algún lado. Primero, creí que era la otra (y no es que quiera desmitificarla), pero (al menos) sé que no tiene nada que ver con las sábanas. Ahora, podría pensarse que tiene que ver con dadá (y los sastres siguen trabajando) mientras todavía podía resistirse a la institución. (Oia, cada cereza es un pozo nuevo. Creo que tengo que comer alguna, o dejar de dibujar cuevas. No hay, tantísimas, en la piel de un hombre, des ombres. ¿Sombras?
¿Y si tuviera miedo?)
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